INOCENCIA EN LIBERTAD

 

Un pequeño y risueño gorrión

llegó esta mañana hasta mi abierta ventana,

y en su alféizar, tranquilamente se posó

escrutándome con su mirada.

Inocencia en sus vivarachos ojillos vi,

repletos de alegría por su aventura lograda.

Su primer vuelo debió conseguir

haciéndole llegar hasta mi morada.

 

De grandiosa belleza fue contemplar

tal inocencia y libertad estrenadas.

Y deseando de su alegría participar,

mi mano le ofrecí abierta y alzada.

Con gran emoción y tino,

y latiéndome aceleradamente el corazón,

lo vi volar hasta mi impaciente mano

ofreciéndome su confiado trino.

 

Y le dije con silenciosas palabras.

Esas que salen de las miradas

y que, aunque queramos, no se callan

porque por todo ser son escuchadas.

 

¡Vuela gorrioncillo! ¡Vuela alto!

No hagas más paradas extrañas.

No te acerques nunca más,

ni te acurruques en manos humanas.

No todos los hombres son

de esa humana condición,

que aceptan la inocencia

con cariño y emoción.

 

Inocente fui como tú,

y en todo el mundo confiaba.

Y con ansias de libertad,

al mundo me eché a volar.

Bien pronto los humanos

mis alas empezaron a recortar,

burlándose de toda mi inocencia.

Haciéndome perder mi libertad.

He sido durante muchos años

preso de la cruda realidad.

Esa realidad que es la vida

y que se vive como una falsedad.

 

Como tú, amigo gorrioncillo, fui.

Y por querer al ser humano,

quedé encerrado en urna de cristal,

donde lentamente me consumí.

 

¡Vuela gorrioncillo! ¡Vuela alto!

Y jamás te vuelvas a parar

ni tan siquiera en mi ventana,

que peligra tu inocencia y libertad.

 

¡Vuela gorrioncillo! ¡Vuela hasta tu nido!

Y vive tu vida en paz.

Vuela si quieres por las montañas

Y te puedes acercar hasta la mar.

Pero no lo hagas más hasta las moradas

que es donde te pueden atrapar.

Y por demás, en ellas,

ni tan siquiera flores marchitas hallarás.

 

© J.E.C.L    31-5-2003