SALIR DE LAS LLAMAS PARA...

Estoy solo, completamente solo en medio de un mar de fina arena dorada y brillante, que un sol en pleno apogeo sobrecalienta, de tal manera, que mi vista retiene la imagen fantasmagórica de un horizonte de dunas difuminado, de una belleza sin igual. Hace escasos minutos he salido del agua fresca de un estanque natural rodeado por una exuberante vegetación, y ahora, bajo la sombra de una palmera de la que cuelgan racimos de jugosos dátiles, me encuentro sentado observando tan desolador y a la vez hermoso paisaje. Se me cierran los ojos.

No tengo noción del tiempo que ha podido pasar, y cuando de nuevo los abro, me encuentro con la angustiosa visión de que estoy siendo rodeado por una manada de lobos hambrientos. La escualidez de sus cuerpos así lo demuestra y, la enfurecida mirada de sus enrojecidos ojos deja ver claramente que han encontrado una presa fácil. Mi primera intención es salir corriendo de allí preso del pánico, sin embargo la razón me dicta que no lo haga porque eso sería el detonante para que aquella jauría hambrienta se abalance hacia mí para despedazarme. Me levanto con la mayor tranquilidad de la que soy capaz, dejando apoyada mi espalda contra la palmera y con la mirada voy escudriñando todo mi alrededor por si encuentro algo que me pueda ser útil para defenderme, todo ello sin perder de vista al lobo más fiero que parece ser el jefe de la manada y que cada vez se va acercando más. Cuando estoy rodeado por completo por el resto de la manada el jefe enseñando más fieramente la mandíbula se lanza contra mí clavándome sus afilados colmillos en mi pierna derecha, en el mismo instante que el silencio del entorno es interrumpido por un potente y espectacular rugido. El jefe lobo suelta mi pierna por la que va resbalando la sangre que mana de la herida y retrocede unos pasos. Lo mismo va haciendo el resto de los lobos atemorizados. Dirijo mi mirada hacia el lugar de donde creo ha provenido aquel rugido, y veo con asombro la presencia de un majestuoso león que pausadamente viene hacia nosotros. El jefe de los lobos le planta cara  porque parece ser que no está dispuesto a dejarse arrebatar su presa y el león, haciendo muestra de su fiereza, le da un tremendo zarpazo que lo manda malherido en medio de un trozo de asfalto de autopista que inexplicablemente aparece en la arena, donde queda tendido con espasmos. El resto de lobos se le acercan haciéndole corro observándolo, y de pronto ante mi vista se van diluyendo todos ellos y el asfalto, en una luminosidad cegadora.  Ante mí el león vuelve a rugir, y yo pensando que he salido de las llamas para caer en las brasas,  me dejo caer sobre la arena a la espera de que llegue mi fin. Cierro los ojos y el corazón me late apresuradamente. Entonces empiezo a notar la aspereza de una enorme lengua lamiéndome la mano con suavidad. Aspereza y suavidad que vuelvo a notar en la herida de la pierna. Abro los ojos y veo al león echado junto a mí lamiendo cariñosamente la herida que va desapareciendo milagrosamente. Una vez sin rastro de ella, el león acerca su enorme cara a la mía y empieza a lamerla. Cierro de nuevo los ojos y me despierto echado en mi cama, sintiendo una paz interior como nunca antes había tenido.

 

© J.E.C.L.  8-11-2005