LA MONÓTONA ESPERA

Hoy, como tantos otros días cargados de monotonía, sin ninguna clase de motivación que haga sentirme bien conmigo mismo, me he sentado frente al ordenador para intentar plasmar con palabras este sentimiento, esta frustración que me corroe interiormente desde hace ya tiempo. No es algo que me divierta, lo sé, simplemente lo hago para intentar salir de esta angustiosa soledad que me está consumiendo día tras día.

Ha pasado ya más de una hora desde que estoy así, en la misma postura perezosa con los brazos cruzados sobre el pecho y mirando fijamente las teclas de esta absurda máquina abstraído en mis propios pensamientos, y lo único que he conseguido es que la pantalla de cuarzo se llene de puntos blancos en movimiento debido a la falta de actividad en el teclado.

Creo que es viernes… Sí, así es, uno más como tantos viernes del año. Es más, como cualquier otro día del año. Nada extraño si no fuera porque éste es muy posible que sea diferente a los anteriores. Hoy, precisamente hoy, es el día en que sé, positivamente, que voy a conocer a alguien que llevo mucho tiempo esperando y que acabará con mi estúpida soledad.

Le he visto muchas veces en mis sueños, y a lo largo de mi insulsa vida he oído hablar mucho de su presencia, lo que me hace tener una visión casi exacta de la repercusión que su visita va a causar a mi persona, mi soledad y en definitiva a mi vida. Tengo la certeza que hoy, por fin, me encontraré cara a cara con ese alguien que va a cambiar por completo mi rumbo. Que podré mirarle fijamente a los ojos, y a través de ellos contemplaré mi propia esencia sin miedo, con una paz infinita. Sé que veré, por un instante, todo lo que he sido hasta ahora. Todo lo que soy, y lo que seré a partir de ese momento.

Me observará sin decirme nada y yo no sé si tendré fuerzas para hablar. No sé si llegaré a tener fuerzas para hacer un solo gesto de aprobación o de rechazo a su abrazo, pero aquí estoy frente al ordenador, pasivamente, con el agobio de mi aplastante soledad esperando impaciente su aparición.

Ya pasan unos cuantos minutos de las dos de la madrugada y todavía no ha llegado hasta mí. Pero que importan las horas para un visitante que no entiende de ellas. Para ese visitante por algunos, como yo, tan deseado, y por tantos otros menospreciado y temido a sabiendas que su visita es necesaria, obligatoria e irrefutable.

Sigue pasando el tiempo ahora más lentamente y no aparece. Sé que no tardará ya mucho en hacerlo, y mientras tan sólo en mis oídos suena el tic tac del reloj y el zumbido de la torreta del ordenador más monótono y aburrido que mi propia soledad, voy pensando en todo cuanto he realizado en esta vida y en lo que me puede quedar por hacer. Estoy notando como en mi ánimo hace mella la desesperación y vuelvo, como en los últimos días pasados, a perder toda esperanza de recibir su visita. Si no fuera un cobarde, haría yo mismo su trabajo sin que viniera a buscarme, pero en lo más hondo de mi corazón, en lo más profundo de mi ser, sé que soy tan cobarde que soy incapaz de tomar una decisión tan drástica e importante como es el derecho a morir. Además, es su oficio, y es tan sólo ella, la muerte, quien ha de realizarlo, llevando a los mortales hacia su sueño eterno.

 

© J.E.C.L.   27-5-2005