EL MUERTO AL HOYO Y EL VIVO AL BOLLO

Solo en un rincón

desplazado de todo el montón

de gente aparentemente afectada

se encuentra el que arrastra la fama

de no poseer ningún sentimiento

que le afecte la desdicha humana.

También es obvio y se puede observar

que los que dicen ser allegados están

pendientes de otros eventos

que les ayuda a olvidar el momento.

 

Es en el recibimiento,

al producirse nuevas llegadas,

cuando hasta sus oídos llegan

algunas condolientes palabras

y puede ver, sin mostrar emoción,

algunas lágrimas derramadas

que a la finada no son mostradas

por estar entre cuatro paredes

completamente encerrada

y lejos de cualquier mirada.

 

El esposo atiende perfectamente

a todos sus conocidos y amigos

entre triste y sonriente,

recordando con todos ellos

sus amorosas batallas

con prostitutas de carretera

o de bares de mucho ambiente

testigos de tantas borracheras

que le hacían volver a su casa

en estado casi inconsciente.

 

Los amados hijos le dan la réplica

siendo con él condescendientes

y con sus miradas opacadas

por los cristales oscuros de moda

y rodeados de afligidas amistades,

no se acercan ni por un instante

a ver a su madre amortajada

por ser de ellos las propias palabras

de que semejante visión

es tremendamente desagradable.

 

Nadie parece estar pensando

que no existe la inmortalidad

que la vida llega con llanto

y con un suspiro se va,

y que a todos, sin excepción,

tarde o temprano, la muerte ha de llegar.

Y él, que no es nadie en aquel rincón

porque por casi nadie es conocido,

excepto por algún familiar o vecino,

con sus recuerdos tan sólo está.

 

Viendo expectante tanta emoción

que hace de un funeral una diversión

sus lágrimas de no sentir se ha de guardar,

viendo como su hermana al final

de su vida, tan sola como él está.

Y si ella pudiera observar

aquel momento de vida y su meollo

vería que la vida y la muerte la mano se dan

y se llevaría lo que piensan todos.

Que… ¡El muerto al hoyo y el vivo al bollo!

 

© J.E.C.L. 16-9-2006